martes, 20 de enero de 2015

Los pacientes y las terapias

El paciente es, especialmente, aquel sujeto que no cesa de no consultarnos amparado en la fantástica certeza neurótica de sentirse lo suficientemente bien como para, despues de todo, no estar tan mal.
En épocas en que la salud mental escasea, y los terapeutas abundan, la cura por la palabra atraviesa por una etapa de profunda desjerarquización.
En principio, la crisis en los ingresos de los potenciales pacientes reviste importancia, pero no es éste el tema a tratar.
Otra dificultad es el complicado proceso de inserción de los psicólogos en las formas habituales de prestaciones terapéuticas (obras sociales, prepagas, coseguros), pero tampoco es el punto.
Y simultáneamente algunas otras causas, que para peor, han coincidido en tiempo (¿y forma?) con lo antedicho.
Existe una grave confusión en el neófito sobre los alcances y formas de las prestaciones terapéuticas psicológicas. Personalmente, y fuera de los ámbitos específicos, me cuesta demasiadas palabras especificar que soy PSICÓLOGO (y no psicoanalista, Sr. Juez). Una leve verdad tal como que el psicoanálisis es una (y sólo una) de las formas de ejercicio de esta querida profesión. Tal vez la más difundida, y ocasionalmente, la única posible. Pero absolutamente nunca la única, y a veces contraindicada.
Sin embargo, los psicoanalistas han (¿hemos?) logrado que demasiadas cosas se vean a través del lente único de sus fundamentaciones teóricas. Y, consecuentemente, que muchos potenciales pacientes no hagan terapia, asustados por la duración, el costo, la frecuencia, y por un sinnúmero de cuestiones formales relacionadas con el encuadre que, si bien se han flexibilizado (maldito significante), siguen siendo un tanto discutibles.

paciente y terapias


He fatigado sillas, sillones, divanes, almohadones (y terapeutas) como paciente por más de mil quinientas horas ANTES de revistar como terapeuta. He atendido pacientes (muy pacientes) en los últimos catorce años. Tal vez ayudé a algunos, aunque algunas veces no sabría explicitar exactamente cómo, y a quienes.
Cuento en mi haber con muchas horas de un lado y otro del mostrador. Y tengo amigos en las dos veredas, que en realidad son muchas más que dos, porque (los dioses nos protejan) hay terapeutas que jamás han sido pacientes, ex pacientes que no son terapeutas, futuros pacientes de terapeutas que merecerían, más que nada y ante todo, ser pacientes, y, finalmente, gente sana.
Y en esas charlas informales con tanta singularidades mezcladas en esas cuestiones de la amistad, todos los que hemos sido, somos o seremos sujetos de la cosa freudiana, sistémica, transaccional, o lo que fuere, acordamos que si el azar, la salud o la voluntad hacen que en algún momento necesitáramos volver a ser sujetos de la terapia psicológica, dejaríamos en claro algunas cosas:

¿Cuánto durará el tratamiento?

Si falto y aviso, no pago.
Si falta y avisa, no pago, y no quiero recuperar la sesión el martes de dos a tres de la mañana.
Si falta y no avisa, idem.
Yo tomo mis vacaciones cuando puedo. Ud. tómelas cuando quiera. Yo no pago ninguna de las dos.

¿Ud. es Licenciado, Dr., psicopedagogo, psicólogo social, vidente, tarotista, parapsicólogo o qué? ¿Me muestra su diploma, por favor?

¿Me va a medicar? ¿Puede hacerlo? Si me deriva para ello, no pagaré honorarios profesionales adicionales.
Yo seré puntual. ¿Me promete lo mismo?

La terapia no es una relación entre iguales. En la realidad operativa, es una relación de verticalidad, por lo menos, y en el mejor de los casos, en los aspectos formales, que pueden democratizarse parcialmente con los ítems a) a h).
Y está bien que asi sea, aunque debería decirse que es la única forma posible. Porque no es igualitario aquello que no ha sido aún acordado como tal, (en el hipotético caso de ser posible), y finalmente, nada es igualitario sólo porque yo lo digo, ó por el mero hecho de su enunciación teórica. Los pacientes están a merced de nuestra idoneidad, (o de su falta), del mismo modo que estamos a merced de la idoneidad del piloto del jet comercial, del taxista de turno, del médico de guardia, o del pizzero de la esquina.

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